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El corazón del católico está en la Eucaristía
19/04/2024

Evangelio: Jn 6,52-59
En aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y Yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y Yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y Yo vivo por Él, así también el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre». Esto lo dijo Jesús enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm.  Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Oración introductoria:
Jesús mío, Tú estás presente en el Sacramento de la Eucaristía con tu cuerpo y con tu sangre, con tu alma y tu divinidad, tal como lo estás en el cielo, te agradezco el amor y la misericordia que has tenido al quedarte con nosotros.

Petición:
Jesús, vengo a darte las gracias por todas las bendiciones que me concedes y por el don de tu Eucaristía.

Meditación:
El cristianismo es ante todo un don: Dios se nos da. Dios siempre da. Nos precede siempre. Esto lo vemos claramente al profundizar en el texto de la Sagrada Escritura. En el lenguaje bíblico la palabra “cuerpo” no hace referencia a una parte del ser, con esa palabra se designa a la persona entera. Por tanto, el Evangelio nos dice que Jesús nos quiere dar toda su vida. Él se nos da completamente a cada uno. Así pues, el centro de nuestra vida cristiana es la Eucaristía. Jesús espera que le correspondamos de la misma manera. Quiere que le ofrezcamos todo lo que somos: nuestros talentos, nuestro amor, nuestra salud, nuestras grandezas y limitaciones, nuestros dolores, fracasos, todo aquello que nos alegra y todo aquello que nos mortifica. Cada Celebración Eucarística es una oportunidad para recibir el amor de Jesús, pero también para ofrecerle toda nuestra vida. Ahora bien, al salir de la Misa, debemos hacer lo mismo que Jesús, hemos de estar dispuestos a entregarnos por los demás y esforzarnos por ofrecer nuestra “carne” y nuestra “sangre”, es decir, todo lo que somos, nuestro tiempo, nuestras fuerzas, nuestra comprensión, paciencia, generosidad, como lo hizo Jesús.

Reflexión apostólica:
Si conociéramos lo grande que es el don de la Eucaristía, acudiríamos con más frecuencia a recibir este don y trabajaríamos incansablemente por incrementar el amor a ella en todos los hombres, porque cuando hay verdadera devoción, surge necesariamente el deseo de hacer partícipes a los demás del amor de Dios.

Propósito:
Practicar la servicialidad con los demás, a ejemplo de Cristo.

Diálogo con Cristo:
Jesús, ¡soy tan feliz contigo! Si tengo tu amistad lo tengo todo, pues eres la luz, la verdad, el amor mismo. Quiero que el día de hoy sea un himno de gratitud y alabanza para ti por todas tus bendiciones.

«La Eucaristía te robustece»